Para conocer el estado de una economía, la mayoría de los economistas se basan en una estadística común denominada Producto Interior Bruto (PIB). El PIB considera el valor de los bienes y servicios finales producidos durante un periodo concreto, normalmente un trimestre o un año.

El uso de esta estadística de medición supone que lo que mueve la economía no es la producción de bienes y servicios, sino el consumo. En el PIB, lo que importa es la demanda de bienes y servicios finales. Dado que los desembolsos de los consumidores constituyen la mayor parte de la demanda global, se suele sostener que la demanda de los consumidores es el factor productivo clave de la economía. Dado que la oferta de bienes se da por supuesta, este marco ignora las distintas fases de producción que preceden a la aparición de los bienes finales.

La utilización del PIB supone que los bienes surgen gracias a la demanda de los consumidores. En el mundo real, no basta con que exista una demanda de bienes, sino que deben existir los medios de subsistencia previos para satisfacer la demanda de los consumidores. En otras palabras, debe haber bienes y servicios de consumo final para mantener a los individuos en las distintas etapas de la producción. Para ello es necesario el ahorro real. El ahorro es el factor determinante del futuro crecimiento económico. Si el crecimiento económico requiere una infraestructura determinada, pero no hay suficiente ahorro preexistente para sostener durante el periodo de desarrollo del capital, entonces el crecimiento económico no va a surgir.

El uso del PIB da la impresión de que no son las actividades de los individuos las que producen bienes y servicios, sino algo fuera de estas actividades llamado “economía”. Sin embargo, en ningún momento la llamada “economía” tiene vida propia independiente de los individuos. De hecho, el PIB no puede informarnos de si los bienes y servicios finales producidos durante un periodo concreto son un reflejo de la generación de riqueza o del consumo de capital. Al agregar los bienes y servicios finales, los estadísticos gubernamentales concretan la ficción de una “economía” mediante la estadística del PIB.

El cálculo del producto interior bruto (PIB) real también plantea serios problemas. Para calcular un total, hay que sumar varias cosas. En primer lugar, para sumar cosas, éstas deben tener alguna unidad en común. Sin embargo, no es posible sumar frigoríficos a coches y camisas para obtener el total de bienes finales. Dado que la producción real total no puede definirse de forma significativa, es obvio que no puede cuantificarse. Para superar este problema, los economistas emplean el gasto monetario total en bienes y servicios, que dividen por un “precio medio” de dichos bienes y servicios. Esto plantea varios problemas.

Supongamos que se realizan dos transacciones: En la primera, se intercambia un televisor por 1.000 dólares; en la segunda, una camisa por 40 dólares. El precio en la primera transacción es de 1000 $/1 televisor. El precio en la segunda transacción es de 40 $/1 camisa. Para calcular el “precio medio”, debemos sumar estas dos relaciones y dividirlas por dos. Pero $1000/1 televisor no puede sumarse a $40/1 camisa, lo que implica que no es posible establecer el “precio medio”.

El empleo de diversos métodos sofisticados para calcular el “precio medio” no puede obviar la cuestión esencial de que no es posible establecer un precio medio de diversos bienes y servicios. En consecuencia, los diversos índices de precios que calculan los estadísticos gubernamentales son simplemente cifras arbitrarias. Si los deflactores de precios no tienen sentido, tampoco lo tiene la estadística del PIB real.

Incluso los estadísticos del gobierno admiten que no todo es real. Según J. Steven Landefeld y Robert P. Parker, de la Oficina de Análisis Económicos:

En particular, es importante reconocer que el PIB real es un concepto analítico. A pesar de su nombre, el PIB real no es ‘real’ en el sentido de que pueda, incluso en principio, observarse o recogerse directamente, en el mismo sentido en que el PIB en dólares corrientes no puede, en principio, observarse o recogerse como la suma del gasto real en bienes y servicios finales en la economía. En principio, pueden recogerse cantidades de manzanas y naranjas, pero no pueden sumarse para obtener la cantidad total de ‘fruta’ producida en la economía.

Ahora bien, dado que no es posible establecer cuantitativamente el total de bienes y servicios reales, obviamente diversos datos como el PIB real que generan los estadísticos gubernamentales son cuestionables. Toda la idea del PIB da la impresión de que existe algo así como la “producción nacional”. En una economía de mercado, sin embargo, la riqueza la producen los individuos y les pertenece. Los bienes y servicios no se producen en su totalidad. De ahí que todo el concepto de PIB real carezca de base real en lo que respecta a la economía de mercado. Según Mises, toda la idea de que se puede establecer el valor de la producción nacional, o lo que se denomina producto interior bruto (PIB), es un tanto descabellada.

Así pues, ¿qué debemos deducir de las declaraciones periódicas de que la economía, representada por el PIB real, creció en un porcentaje determinado? Todo lo que podemos decir es que este porcentaje no tiene nada que ver con el crecimiento económico real y que lo más probable es que refleje el ritmo del bombeo monetario inflacionista. Dado que el PIB se expresa en dólares, es obvio que sus fluctuaciones están impulsadas por las fluctuaciones en la cantidad de dólares añadidos artificialmente a la economía. De esto también podemos deducir que una fuerte tasa de crecimiento del PIB real muy probablemente represente un debilitamiento del proceso de formación de riqueza real.

Una vez que se comprende que el llamado crecimiento económico, representado por el PIB real, refleja las fluctuaciones en el crecimiento de la oferta monetaria, queda claro que un auge económico no tiene nada que ver con la expansión de la riqueza. Por el contrario, tal auge inflige daños a la reserva de ahorro real - el corazón último del crecimiento económico (obsérvese que el auge se genera por el aumento de la oferta monetaria, que da lugar a diversas actividades de burbuja que socavan el proceso de generación de riqueza).

Uno se siente tentado a preguntar: ¿por qué es necesario conocer el crecimiento de la llamada “economía”? ¿Para qué puede servir este tipo de información? En una economía libre sin trabas, este tipo de información sería de poca utilidad para los empresarios. Los únicos indicadores en los que se basarían los empresarios son los beneficios y las pérdidas. ¿Cómo puede ayudar a un empresario a generar beneficios la información de que la “economía” creció un 4% durante un periodo concreto? Lo que un empresario necesita no es información general, sino específica sobre la demanda de su producto concreto. El propio empresario tiene que establecer su propia red de información relativa a una empresa concreta.

En cambio, las cosas son muy distintas cuando el gobierno y el banco central manipulan a las empresas. En estas condiciones, ningún empresario puede permitirse ignorar la estadística del PIB, ya que el gobierno y el banco central reaccionan ante esta estadística mediante la política fiscal y monetaria. Por ejemplo, mediante la impresión inflacionista y la bajada artificial de los tipos de interés, la Reserva Federal no contribuye a generar más prosperidad, sino que pone en marcha un PIB “más fuerte” y la consiguiente amenaza del ciclo de auge y caída (es decir, el empobrecimiento económico).

Podemos concluir que el PIB carece de todo vínculo con el mundo real. A pesar de ello, la medida del PIB es muy solicitada por los gobiernos y los responsables de los bancos centrales, ya que les permite justificar sus intervenciones. Los movimientos del PIB no pueden proporcionarnos ninguna información significativa sobre lo que ocurre en la economía real. En todo caso, puede darnos una falsa impresión. Una fuerte tasa de crecimiento del PIB, en la mayoría de los casos, es probable que esté asociada con el despilfarro intensivo de la reserva de ahorro real. De ahí que, a pesar de los “buenos datos del PIB”, a muchos más individuos les resulte mucho más difícil llegar a fin de mes.


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El Mises Institute existe para promover la enseñanza y la investigación en la escuela austriaca de economía, y la libertad individual, la historia honesta, y la paz internacional, en la tradición de Ludwig von Mises y Murray N. Rothbard. Estos grandes pensadores desarrollaron la praxeología, una ciencia deductiva de la acción humana basada en premisas que se sabe con certeza que son verdaderas, y esto es lo que enseña y defiende. Su trabajo académico se basa en la praxeología de Mises, y en la oposición consciente a los modelos matemáticos y a las pruebas de hipótesis que han creado tanta confusión en la economía neoclásica.


Fuente / Autor: Mises Institute / Frank Shostak

https://mises.org/mises-wire/gdp-accurate-measure-reality

Imagen: Remessa Online

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