El Banco Central Europeo ha presentado el euro digital como un símbolo de autonomía financiera y modernización. Pero, al igual que el modelo chino que parece inspirar a la presidenta del BCE, Christine Lagarde, lo que está en juego no es solo la tecnología: es el riesgo de convertir un instrumento de pago en un mecanismo de control sobre las transacciones de todos los ciudadanos. Al otro lado del Atlántico, Estados Unidos tomó el camino opuesto: legalizó las monedas estables y prohibió un dólar digital centralizado, reforzando la libertad y la competencia en lugar del control estatal.
El 26 de septiembre, el Banco Central Europeo anunció lo que se esperaba desde hacía tiempo: llevará a cabo nuevos experimentos sobre lo que se puede lograr con el euro digital.
Este proyecto, presentado como un logro de la autonomía financiera, se ha acelerado ahora después de que el Congreso de Estados Unidos aprobara la llamada Ley GENIUS («Guiding and Establishing National Innovation for U.S. Stablecoins»), que autoriza las monedas estables vinculadas a activos estables, normalmente el dólar. Al mismo tiempo, el Congreso también aprobó la prohibición de que la Reserva Federal cree un dólar digital oficial, garantizando que la innovación siga siendo descentralizada y fuera del control directo del Estado.
En Bruselas, la reacción fue la contraria. El temor a que estas monedas digitales vinculadas al dólar pudieran desencadenar una «dolarización digital» de la economía europea sirvió de justificación para acelerar el euro digital. Pero en lugar de reforzar la diversidad de soluciones existentes, la Unión Europea está avanzando con un proyecto controlado directamente por el BCE. La narrativa es la de la «soberanía financiera», pero en la práctica se corre el riesgo de aumentar la dependencia de los ciudadanos del poder central y se socava la competencia en el sector financiero, especialmente cuando el modelo chino parece servir de referencia.
El BCE insiste en que el euro digital será solo otra opción de pago, que coexistirá con el efectivo. Pero la presidenta Lagarde ha elogiado repetidamente el modelo chino, lo que se parece mucho a una declaración de intenciones. Aunque se empiece con promesas de voluntarismo, la realidad es que los modelos de este tipo rara vez siguen siendo opcionales durante mucho tiempo. El caso de China es ilustrativo: el yuan digital se presentó como un complemento del dinero físico y una opción voluntaria, pero rápidamente se convirtió en un instrumento de uso masivo, fomentado por el Estado e integrado en casi todas las transacciones diarias.
En 2023, en ciudades como Shanghái y Shenzhen, los salarios públicos y las subvenciones se pagaban mediante el yuan digital. Tras los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín de 2022, su uso se expandió hasta tal punto que se volvió prácticamente imposible evitarlo. En solo cinco años, el yuan digital se convirtió en algo inevitable en muchas ciudades chinas, donde los salarios públicos, las subvenciones y los impuestos se procesaban exclusivamente de esta forma.
Al registrar en tiempo real todas las transacciones a través del Banco Popular de China, el Gobierno controla al detalle quién compra, qué, dónde y cuándo. Este nivel de vigilancia abre la puerta al condicionamiento directo del comportamiento de los ciudadanos. Ya se han probado características como el «dinero programable», con una fecha de caducidad que obliga a las personas a gastar en un plazo determinado en lugar de ahorrar.
A esto se suma el riesgo de exclusión social: quienes no se adhieren al sistema o carecen de acceso a las herramientas digitales necesarias quedan, en la práctica, excluidos de una parte cada vez mayor de la economía. Los incentivos estatales hacen que la adhesión sea inevitable si los salarios públicos, los subsidios e incluso el transporte se procesan mediante dinero digital; el espacio para las alternativas privadas se reduce progresivamente.
En un modelo así, la libertad financiera deja de existir: todos los pagos dependen en última instancia de la aprobación del Estado.
Aunque las plataformas oficiales de la UE destacan numerosas ventajas del euro digital, como pagos de menor coste, privacidad protegida por la legislación europea y estructuras para prevenir ciberataques, sigue habiendo una pregunta inevitable: ¿por qué es necesario este sistema? En la actualidad, el sector privado ofrece múltiples opciones de pago digital seguras y fiables.
Dado que el mercado ya ofrece alternativas seguras y eficientes, el único incentivo posible para desarrollar este sistema radica en el control a través de la centralización del poder, a expensas de la privacidad y debilitando el sistema bancario privado. En esencia, el euro digital no es un avance tecnológico, sino un grave retroceso en términos de libertad y privacidad.
Europa no está condenada a copiar el modelo chino. Estados Unidos ha demostrado que es posible fortalecer su moneda sin otorgar al banco central un poder absoluto sobre todas las transacciones. La Ley GENIUS reconoció el papel de las monedas estables y, al mismo tiempo, prohibió la creación de un dólar digital centralizado. El resultado es más innovación, más libertad y una economía más resistente. Ese es el ejemplo que debería seguir la Unión Europea, en lugar de impulsar un proyecto que amenaza la privacidad, la competencia y la propia libertad financiera de sus ciudadanos.
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Fuente / Autor: Foundation for Economic Education / Cláudia Ascensão Nunes
https://fee.org/articles/the-hidden-risks-of-the-digital-euro/
Imagen: ADVFN
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