En tecnología, las revoluciones obvias suelen llegar al final.

Internet existió durante décadas antes de convertirse en algo personal. Empezó en los laboratorios, se coló en las oficinas y, más tarde, aterrizó en nuestros hogares. El smartphone no fue sólo una nueva forma de comunicación: fue el momento en que la informática pasó de los departamentos de TI de las empresas a nuestros bolsillos.

La IA se está acelerando más rápido que cualquier otra ola tecnológica anterior. En menos de cinco años, hemos pasado de las asombrosas demostraciones de la GPT-3 a una realidad en la que millones de personas interactúan con la IA cada día (a veces sin darse cuenta). Hasta ahora, la mayor parte de la atención se ha centrado en la capa técnica: rendimiento del modelo, precio de los tokens, casos de uso empresarial. Pero es probable que los cambios más transformadores se produzcan a nivel de interfaz, marca y resonancia emocional.

Las herramientas más eficaces no serán sólo las más precisas. Serán las más intuitivas, las más fluidas culturalmente, las que sientan que pertenecen a tu vida sin exigir que las aprendas. Ahí es donde reside la verdadera ventaja, y donde la IA de consumo está a punto de volverse muy interesante.

Porque ahora está ocurriendo algo grande. Los costes de los tokens están cayendo (OpenAI ha reducido los precios en más de un 90% desde 2020), lo que hace que sea más barato y más factible para los desarrolladores crear y distribuir aplicaciones de IA de consumo. Cada vez es más fácil ajustar los modelos. El foso técnico (si es que alguna vez lo hubo) se está evaporando. Y a medida que la infraestructura se abarata y se hace más accesible, el próximo acto de la IA se está convirtiendo en el centro de atención: el consumidor.

«Lo que antes parecía moderno ahora parece inamovible. Estas aplicaciones de base se osificaron, y la IA está revelando lo frágiles que se han vuelto.»

Porque a los consumidores no les importa el tamaño de su modelo. Les importa si les ayuda a pasar el día con un poco menos de fricción.

Piensa en las herramientas que utilizamos a diario: Gmail. iCalendar. Whatsapp. Se crearon para la web, se optimizaron para móviles y, básicamente, se abandonaron a su suerte. Lo que antes parecía moderno ahora parece inamovible. Estas aplicaciones fundamentales se osificaron, y la IA está revelando lo frágiles que se han vuelto. No se diseñaron para un mundo en el que la tecnología escucha, se adapta y actúa sin instrucciones.

La IA de consumo no consiste en chatbots. No de la forma en que los conocemos. Se trata de escapar de la cansada red de botones y desplegables en la que llevamos años haciendo clic. La verdadera oportunidad es la interfaz: herramientas que no sólo responden a órdenes, sino que anticipan el contexto. No se trata sólo de mejorar la experiencia del usuario. Se trata de una nueva clase de interacción.

Esto podría significar un conserje para la compra de una vivienda que no se limite a mostrarte los listados, sino que entienda tus desplazamientos diarios, tu rutina para pasear al perro y el tipo de luz que te gusta por las mañanas. Un sistema de finanzas personales que se sincronice con el calendario y el flujo de caja de tu pareja, para que podáis planificar juntos sin tener que hablar de dinero todos los días. O un entrenador de piano que te escucha mientras tocas y ajusta tu rutina de práctica en tiempo real, porque por fin tienes un profesor con paciencia infinita.

Puede que los chatbots hayan dado el pistoletazo de salida a la era de la IA conversacional, pero la revolución está en lo que vendrá después: herramientas ambientales, integradas e invisibles que se comporten más como compañeros de equipo que como software.

«Los ganadores se parecerán menos a OpenAI y más a Nike o Pixar: máquinas emocionalmente fluidas, culturalmente incrustadas, que moldean el comportamiento y se esconden a plena vista.»

Algo de esto ya está ocurriendo. Bueno, más o menos. Rewind.ai ofrece a los usuarios la posibilidad de buscar recuerdos en su vida digital. Rabbit's R1 promete eliminar por completo la «capa de aplicación» convirtiendo el lenguaje natural en acciones. Humane's Ai Pin, aunque imperfecto, al menos plantea la pregunta correcta: ¿cómo es la informática cuando no tienes que mirar una pantalla?

Ninguno de estos productos ha dado en el clavo. La mayoría han recibido malas críticas. Algunos parecen chistes. Pero aspiran a algo importante. Intentan imaginar un futuro en el que la interfaz ya no esté limitada por pantallas y teclados. Eso importa. Y aunque está claro que no son la forma definitiva, apuntan hacia una frontera que aún no hemos explorado del todo. Son los primeros pasos en falso de un nuevo género; no fracasos de ambición, sino señales de que algo nuevo está luchando por nacer.

La historia nos recuerda que los cambios en el factor de forma rara vez son graduales. El PC no condujo al smartphone, sino que requirió una completa reimaginación de la interfaz, la distribución y el comportamiento del consumidor. Nos espera otro salto similar. El Vision Pro de Apple, las gafas inteligentes Ray-Ban de Meta y los wearables basados en inteligencia artificial, como el Oura Ring, son los primeros indicios de lo que puede venir.

Sin embargo, el camino hacia la adopción masiva no está pavimentado en código: está pavimentado en confianza, usabilidad y relevancia. Aquí es donde muchos inversores dudan. La IA empresarial es fácil de suscribir: hay un canal de ventas, una métrica de eficiencia, un retorno de la inversión. La IA de consumo es más difícil. Depende del gusto. Del momento cultural. De la marca. Es más difícil de calcular.

Pero eso es lo que la hace tan atractiva.

«El mejor producto de consumo de IA de los próximos cinco años no te sorprenderá por su inteligencia. Se ganará tu confianza. Y nunca pedirá tu atención.»

Al fin y al cabo, la marca es un sustituto de la confianza. Y la confianza es el bien más valioso en un mundo en el que los agentes de IA actuarán en su nombre. Dentro de cinco años, el producto de IA más querido no tendrá aplicación, pantalla ni interfaz de usuario, y su marca será más fiable que su banco. La IA de consumo no es un avance técnico, sino cultural. Los ganadores se parecerán menos a OpenAI y más a Nike o Pixar: máquinas emocionalmente fluidas, culturalmente integradas, que moldean el comportamiento y se esconden a plena vista. Ahí es donde radica la defensa: no en los modelos patentados, sino en la resonancia emocional y la fijación del comportamiento. Como Apple. Como Spotify. Como todos los productos de consumo que se han convertido en infraestructuras disfrazadas.

¿Hacia dónde va todo esto?

En los próximos 18-24 meses, la mayoría de los experimentos de consumo con IA fracasarán. El hardware no funcionará. Los asistentes fallarán. Las críticas serán brutales. No pasa nada. Así es como empiezan siempre las revoluciones de las interfaces: no con pulido, sino con fricción. Lo que importa es que unos pocos equipos lo harán bien. Combinarán la intuición cultural con el apalancamiento técnico. No diseñarán en función de las características, sino de las sensaciones. Y cuando se lancen, no quedará claro si son aplicaciones, marcas o comportamientos, sólo que hacen la vida más fácil, más humana, más suya. El mejor producto de consumo de IA de los próximos cinco años no te sorprenderá por su inteligencia. Se ganará tu confianza. Y nunca pedirá tu atención.


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Fundado en 2010 por Craig Shapiro, Collaborative Fund es una empresa de capital riesgo centrada en la provisión de financiación inicial y de etapas iniciales a empresas en las áreas en las que ven las mayores oportunidades: Ciudades, Dinero, Consumo, Niños, Salud.


Fuente / Autor: Collaborative Fund / Sophie Bakalar

https://collabfund.com/blog/the-consumer-ai-revolution-wont-be-technical-itll-be-emotional/

Imagen: Forbes

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