Durante años, los escritores sobre finanzas públicas han estado buscando el "impuesto neutral", es decir, el sistema de impuestos que mantendría intacto el libre mercado. El objeto de esta búsqueda es totalmente quimérico. Por ejemplo, los economistas han buscado a menudo la uniformidad de los impuestos, de modo que cada persona, o al menos cada persona en el mismo tramo de ingresos, pague la misma cantidad de impuestos. Pero esto es intrínsecamente imposible, como ya hemos visto por la demostración de Calhoun de que la comunidad se divide inevitablemente en contribuyentes y consumidores de impuestos, de los que, por supuesto, no puede decirse que paguen impuestos en absoluto. Para repetir el agudo análisis de Calhoun (véase la nota 6 más arriba): "ni puede ser de otro modo; a menos que lo que se recauda de cada individuo en forma de impuestos le sea devuelto en desembolsos, lo que haría el proceso nugatorio y absurdo". En resumen, los burócratas del gobierno no pagan impuestos, sino que consumen la recaudación fiscal. Si un ciudadano privado que gana 10.000 dólares paga 2.000 dólares en impuestos, el burócrata que gana 10.000 dólares no paga realmente 2.000 dólares en impuestos tampoco; que supuestamente lo haga es simplemente una ficción contable. En realidad está adquiriendo unos ingresos de 8.000 dólares y no paga ningún impuesto.

No sólo los burócratas serán consumidores de impuestos, sino también, en menor medida, otros miembros privados de la población. Supongamos, por ejemplo, que el gobierno retira 1.000 dólares de los impuestos a los particulares, que habrían gastado ese dinero en joyas, y lo utiliza para comprar papel para las oficinas gubernamentales. Esto provoca un desplazamiento de la demanda desde las joyas hacia el papel, un descenso del precio de las joyas y un flujo de recursos desde la industria de la joyería; a la inversa, los precios del papel tenderán a aumentar y los recursos fluirán hacia la industria papelera. Los ingresos disminuirán en la industria joyera y aumentarán en la papelera. Por lo tanto, la industria papelera será, en cierta medida, beneficiaria del presupuesto público: del proceso de impuestos y gastos del gobierno. Pero no sólo la industria papelera. El nuevo dinero que reciban las empresas papeleras se pagará a sus proveedores y a los propietarios originales de los factores, y así sucesivamente, a medida que las ondas repercutan en otras partes de la economía. Por otra parte, la industria joyera, desprovista de ingresos, reduce su demanda de factores. Así, las cargas y los beneficios del proceso de impuestos y gastos se difunden por toda la economía, con el mayor impacto en los puntos de primer contacto: la joyería y el papel.

Todos los miembros de la sociedad serán contribuyentes netos o consumidores de impuestos, y ello en grados diferentes, y serán los datos de cada caso concreto los que determinen en qué punto de este proceso de distribución se encuentra una persona o industria concreta. La única certeza es que el burócrata o político de turno recibe el 100% de sus ingresos gubernamentales de la recaudación de impuestos y no paga impuestos genuinos a cambio.

El proceso de impuestos y gastos, por lo tanto, distorsionará inevitablemente la asignación de factores productivos, los tipos de bienes producidos y el patrón de ingresos, de lo que serían en el mercado libre. Cuanto mayor sea el nivel de impuestos y gastos, es decir, cuanto mayor sea el presupuesto público, mayor tenderá a ser la distorsión. Además, cuanto mayor sea el presupuesto en relación con la actividad del mercado, mayor será la carga del gobierno sobre la economía. Una mayor carga significa que cada vez más recursos de la sociedad se desvían coercitivamente de los productores hacia los bolsillos del gobierno, los que venden al gobierno y los favoritos subvencionados del gobierno. En resumen, cuanto más alto es el nivel relativo de gobierno, más estrecha es la base de los productores, y mayor es la "toma" de los que expropian a los productores. Cuanto mayor sea el nivel de gobierno, menos recursos se utilizarán para satisfacer los deseos de los consumidores que han contribuido a la producción, y más recursos se utilizarán para satisfacer los deseos de los consumidores no productores.

Ha habido una gran controversia entre los economistas sobre cómo enfocar el análisis de la fiscalidad. Los "marshallianos", a la antigua usanza, insisten en el enfoque del "equilibrio parcial", consistente en considerar únicamente un tipo concreto de impuesto, de forma aislada, y analizar después sus efectos; los walrasianos, más de moda hoy en día (y ejemplificados por el difunto experto italiano en finanzas públicas, Antonio De Viti De Marco), insisten en que los impuestos no pueden considerarse en absoluto de forma aislada, que sólo pueden analizarse en conjunción con lo que el gobierno hace con lo recaudado. En todo esto, se está dejando de lado lo que sería el enfoque "austriaco", si se hubiera desarrollado. Éste sostiene que ambos procedimientos son legítimos y necesarios para analizar el proceso impositivo en su totalidad. En resumen: se puede analizar el nivel de impuestos y gastos y discutir sus inevitables efectos redistributivos y distorsionadores; y, dentro de este agregado de impuestos, se pueden analizar luego aisladamente los distintos tipos de impuestos. No deben pasarse por alto ni los enfoques parciales ni los generales.

También ha habido una gran controversia inútil sobre qué actividad del gobierno impone la carga al sector privado: los impuestos o el gasto público. En realidad, es inútil separarlas, ya que ambas son etapas del mismo proceso de carga y redistribución. Supongamos que el gobierno grava con un millón de dólares a la industria de la nuez de betel para comprar papel para las oficinas gubernamentales. Se transfieren recursos por valor de un millón de dólares de las nueces de betel al papel. Esto se hace en dos etapas, una especie de golpe al libre mercado: primero, la industria de la nuez de betel se empobrece al quitarle su dinero; luego, el gobierno utiliza este dinero para sacar el papel del mercado para su propio uso, extrayendo así recursos en la segunda etapa. Ambas partes del proceso son una carga. En cierto sentido, la industria de la nuez de betel se ve obligada a pagar por la extracción de papel de la sociedad; al menos, soporta el peso inmediato del pago. Sin embargo, incluso sin considerar todavía el problema del "equilibrio parcial" de cómo o si tales impuestos son "trasladados" por la industria de la nuez de betel a otros hombros, también debemos señalar que no es la única que paga; los consumidores de papel ciertamente pagan al ver que los precios del papel se les suben.

El proceso puede verse más claramente si consideramos lo que ocurre cuando los impuestos y los gastos del gobierno no son iguales, cuando no son simplemente las caras anversas de la misma moneda. Cuando los impuestos son menores que los gastos del gobierno (y omitiendo por el momento los préstamos del público), el gobierno crea dinero nuevo. En este caso, es obvio que los gastos públicos son la principal carga, ya que se está desviando esta mayor cantidad de recursos. De hecho, como veremos más adelante al considerar la intervención binaria de la inflación, la creación de dinero nuevo es, de todos modos, una forma de imposición.

Pero, ¿qué ocurre en el raro caso de que los impuestos sean mayores que el gasto público? Digamos que el excedente se atesora en la reserva de oro del gobierno o que el dinero se liquida mediante deflación (véase más adelante). Así, supongamos que se extraen 1.000.000 de dólares de la industria de la nuez de betel y sólo se gastan 600.000 en papel. En este caso, la carga mayor es la de los impuestos, que pagan no sólo por el papel extraído sino también por el dinero atesorado o destruido. Mientras que el gobierno extrae sólo 600.000 dólares de recursos de la economía, la industria de la nuez de betel pierde 1.000.000 de dólares de recursos potenciales, y esta pérdida no debe olvidarse al calcular las cargas impuestas por el proceso presupuestario del gobierno. En resumen, cuando los gastos y los ingresos del gobierno difieren, la "carga fiscal" sobre la sociedad puede medirse de forma muy aproximada por el total que sea mayor.

Dado que la fiscalidad no puede ser realmente uniforme, el gobierno, en su proceso presupuestario de impuestos y gastos, inevitablemente toma coactivamente de Pedro para dar a Pablo ("Pablo", por supuesto, incluyéndose a sí mismo). Por lo tanto, además de distorsionar la asignación de recursos, el proceso presupuestario redistribuye las rentas o, mejor dicho, distribuye los ingresos. En efecto, el libre mercado no distribuye las rentas, sino que éstas surgen de forma natural y fluida de los procesos de producción e intercambio del mercado. Así, el propio concepto de "distribución" como algo separado de la producción y el intercambio sólo puede surgir de la intervención binaria del gobierno. A menudo se afirma, por ejemplo, que el libre mercado maximiza la utilidad de todos, y las satisfacciones de todos los consumidores, sólo "dada una determinada distribución existente de la renta". Pero esta falacia común es incorrecta; en el mercado libre no existe una "distribución supuesta" separada de las actividades voluntarias de producción e intercambio de cada individuo. Lo único dado en el mercado libre es el derecho de propiedad de cada hombre sobre su propia persona y sobre los recursos que encuentra, produce o crea, o que obtiene en intercambio voluntario por sus productos o como regalo de sus productores.

La intervención binaria del presupuesto del Estado, por el contrario, menoscaba este derecho de propiedad de cada uno sobre su propio producto y crea el proceso separado y el "problema" de la distribución. La renta y la riqueza ya no fluyen únicamente a partir de los servicios prestados en el mercado; ahora fluyen hacia los privilegios especiales creados por el Estado y se alejan de aquellos a los que el Estado impone cargas especiales.

Hay muchos economistas que consideran que el "libre mercado" sólo está libre de interferencias triangulares; interferencias binarias como los impuestos no se consideran intervenciones en la pureza del "libre mercado." Los economistas de la Escuela de Chicago -encabezados por Frank H. Knight- han sido particularmente adeptos a dividir la actividad económica del hombre y confinar el "mercado" a un estrecho compás. Así, pueden favorecer el "libre mercado" (porque se oponen a intervenciones triangulares como el control de precios), al tiempo que abogan por drásticas intervenciones binarias en impuestos y subsidios para "redistribuir" la renta determinada por ese mercado. En resumen, hay que dejar "libre" al mercado en una esfera, mientras se le somete a un perpetuo acoso y remodelación por coacción externa. Este concepto supone que el hombre está fragmentado, que el "hombre de mercado" no se preocupa de lo que le ocurre a él mismo como hombre "sujeto al gobierno". Se trata sin duda de un mito inadmisible, que podríamos llamar la "ilusión fiscal": la idea de que la gente no tiene en cuenta lo que gana después de impuestos, sino sólo antes de impuestos. En pocas palabras, si A gana 9.000 dólares al año en el mercado, B 5.000 y C 1.000, y el gobierno decide seguir redistribuyendo los ingresos para que cada uno gane 5.000, los individuos, informados de ello, no van a seguir suponiendo tontamente que siguen ganando lo mismo que antes. Tendrán en cuenta los impuestos y las subvenciones.

Así, vemos que el proceso presupuestario gubernamental es un desplazamiento coercitivo de recursos e ingresos de los productores en el mercado a los no productores; es también una interferencia coercitiva en las elecciones libres de los individuos por parte de quienes constituyen el gobierno. A continuación, analizaremos con más detalle la naturaleza y las consecuencias del gasto público. En este momento, hagamos hincapié en el importante punto de que el gobierno no puede ser en modo alguno una fuente de recursos; todo lo que gasta, todo lo que distribuye en generosidad, debe adquirirlo primero en ingresos, es decir, debe extraerlo primero del "sector privado". La mayor parte de los ingresos del gobierno, el núcleo de su poder y su esencia, son los impuestos, a los que nos referiremos en la próxima sección. Otro método es la inflación, la creación de dinero nuevo.


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Fuente / Autor: Mises Institute / Murray N. Rothbard

https://mises.org/wire/how-government-spending-hurts-economy

Imagen: JDA

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