Durante décadas, China fue un brillante ejemplo de cómo aprovechar la globalización para acelerar el crecimiento económico y el desarrollo nacionales. Hoy en día, sin embargo, el país corre el riesgo de convertirse en un ejemplo de cómo gestionar mal el cambio de la globalización, que ha pasado de ser un viento de cola beneficioso a un viento en contra perjudicial.
Aunque las recientes vicisitudes de la economía china tienen algunas características únicas, ilustran los retos de crecimiento a los que se enfrentan muchos países desarrollados y en desarrollo. También demuestran que, aunque el crecimiento económico no lo es todo, no se puede resolver casi nada sin él.
Se suponía que este año marcaría una sólida recuperación económica para China. En lugar de ello, muchos analistas se han visto obligados en los últimos días a revisar de nuevo a la baja sus previsiones de crecimiento chino, y es probable que otros sigan su ejemplo. Esta perspectiva cada vez más pesimista puede atribuirse a tres factores principales.
En primer lugar, como muestran los datos comerciales más recientes, la economía mundial ya no respalda la dinámica de crecimiento interno de China. En junio, las exportaciones chinas cayeron un 12,4% (en dólares) y las importaciones un 6,8%, mucho peor que la previsión de consenso de un descenso del 10% de las exportaciones y del 4,1% de las importaciones. Estas decepcionantes cifras son el resultado de la atonía del crecimiento de la demanda en Europa y en otros lugares, y del aumento de las restricciones contra China, en particular las impuestas por Estados Unidos, que crearon un ciclo auto reforzado que frenó aún más las perspectivas de crecimiento del país.
En segundo lugar, las autoridades chinas parecen debatirse entre dos enfoques distintos para estimular la economía, lo que se traduce en una respuesta política bastante indecisa. Aunque el Gobierno parece inclinarse por volver a las medidas de estímulo descendentes que empleó en el pasado, su aplicación real ha sido limitada, debido a la preocupación por exacerbar las ineficiencias y obstaculizar la deflación en curso y generalmente ordenada de las burbujas de deuda en determinados sectores. A la inversa, la tan necesaria alternativa de desencadenar un dinamismo económico ascendente se ve limitada por consideraciones políticas internas, lo que deja a China atascada en un confuso punto intermedio. Mientras tanto, los retos de la política interna se ven agravados por factores estructurales, como el envejecimiento de la población, el elevado desempleo juvenil y los focos de apalancamiento excesivo que aún persisten.
En tercer lugar, la supresión de las restricciones de cero COVID no ha provocado un aumento brusco y uniforme de la demanda de los hogares, las empresas y el sector inmobiliario. Por el contrario, el proceso ha sido desigual y más débil de lo previsto por el consenso. Aunque el PIB repuntó un 6,3% en el segundo trimestre, el crecimiento no alcanzó el ritmo del 7,1% que esperaban los analistas.
Dado que es probable que el crecimiento en Europa y EE.UU. siga siendo moderado en un futuro próximo, y con la economía mundial aún tambaleándose por el impacto de la oleada más agresiva de subidas de tipos de interés por parte de los bancos centrales de las economías avanzadas en varias décadas, China no puede contar con la globalización para rescatar su vacilante modelo de crecimiento. A medida que las empresas tratan de diversificar sus cadenas de suministro fuera de China, las entradas de inversión extranjera directa también se han visto limitadas. Además, es más probable que aumenten las restricciones al comercio y la inversión por motivos geopolíticos, en respuesta a las preocupaciones de EE.UU. en materia de seguridad nacional.
En lugar de buscar la salvación en la demanda externa, China debe centrarse en las fuentes internas de crecimiento económico sólido y sostenible. En este ámbito, la aplicación de las políticas se ha retrasado y no ha estado a la altura de la retórica de los líderes políticos. Del mismo modo, el marco de la política industrial del país aún no ha alcanzado el equilibrio adecuado entre las directrices a nivel macroeconómico y la concesión de suficiente autonomía operativa a nivel microeconómico.
Para evitar la trampa de la renta media que ha atrapado repetidamente a las economías emergentes, China debe evitar la incoherencia política. Dicho esto, y con sólo un pequeño puñado de excepciones, es difícil señalar una economía de tamaño considerable que haya logrado eludir esta trampa en las últimas décadas.
Aunque China representa un ejemplo especial de estrategias de crecimiento "enredadas", no es el único país en peligro de caer en una trampa de crecimiento. Tanto los países desarrollados como los países en desarrollo se enfrentan a un riesgo similar de estancamiento económico o, peor aún, de regresión.
Con la excepción de Estados Unidos, pocas economías de importancia sistémica han reconocido la importancia de revitalizar sus estrategias de crecimiento. E incluso en EE.UU., donde las recientes medidas gubernamentales se han centrado en generar un crecimiento mayor y más sostenible, el proceso sigue siendo susceptible de verse perturbado por otro error de la política de la Reserva Federal.
Durante los dos últimos años, Gordon Brown, Michael Spence, Reid Lidow y yo hemos estado debatiendo estrategias que permitan a los gobiernos generar el crecimiento integrador, duradero y sostenible necesario para satisfacer las necesidades y aspiraciones de sus ciudadanos. Los resultados de estas deliberaciones se exponen en nuestro próximo libro Permacrisis: A Plan to Fix a Fractured World, que se publicará en septiembre.
Nuestra visión es sencilla. Adoptando un enfoque de "forma reducida", hemos identificado un conjunto manejable de acciones centradas en tres áreas clave: rediseñar los modelos de crecimiento estancados y cada vez más ineficaces, mejorar la gestión económica nacional y potenciar la coordinación y las respuestas políticas a escala mundial. Creemos firmemente que un conjunto detallado de medidas realistas y viables podría invertir la preocupante evolución secular, que incluye el descenso del crecimiento y la productividad, el aumento de la desigualdad y la mayor fragilidad financiera.
Nuestras conclusiones podrían aplicarse no sólo a China y otros países en desarrollo, sino también a los principales países desarrollados del mundo, cuyo malestar interno y débil compromiso global socavan su bienestar económico y social y la estabilidad del sistema internacional. A pesar de los errores políticos que han llevado a nuestro mundo a la situación actual, ahora tenemos la oportunidad de aprovechar las lecciones del pasado y del presente y trazar un camino más prometedor para las generaciones futuras.
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Fuente / Autor: Project Syndicate / Mohamed A. El-Erian
Imagen: 123RF
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