Mientras los primeros signos de una tempestad económica recorren Estados Unidos, un alarmante aumento de las quiebras bancarias, un incremento de las solicitudes de subsidio de desempleo y un preocupante descenso de las ventas minoristas, nos encontramos al borde de una profunda recesión. Ante este abismo incierto, los autodenominados guardianes de nuestro destino financiero, la Reserva Federal y el gobierno estadounidense, se enfrentan a una tarea monumental. Cuando suenen las campanas de la recesión, ¿cómo responderán?
¿Volverán la Reserva Federal y el gobierno de Biden a alterar los ritmos naturales del mercado mediante rápidas reducciones de los tipos de interés, la flexibilización cuantitativa (QE) y un gasto público excesivo? Estas medidas intervencionistas, aunque concebidas para amortiguar las recesiones económicas, distorsionan las señales del mercado, provocando una mala asignación de los recursos y la perpetuación de estructuras insostenibles. Este enfoque obstaculiza los mecanismos de autocorrección del mercado, impidiendo el retorno al equilibrio natural. Permitir que las recesiones sigan su curso permite una recuperación orgánica.
El enfoque no intervencionista, que reconoce el dolor a corto plazo como un componente necesario de la salud económica a largo plazo, respeta la capacidad de autocorrección del mercado. Entiende que el dolor a corto plazo de los negocios, las empresas y los bancos que se enfrentan a la quiebra es un componente necesario de la salud económica y la sostenibilidad a largo plazo. En nuestra búsqueda de la estabilidad económica, debemos dirigir nuestra mirada a los mecanismos inherentes de autocorrección en el corazón del mercado. Los anales de la historia económica están llenos de casos en los que permitir que se desarrollen estos procesos naturales de curación ha catalizado el retorno a la prosperidad, como las recesiones de 1819 y 1919-21.
El enfoque no intervencionista es un enfoque matizado y limitado, que exige paciencia y fe en la capacidad innata del mercado para reequilibrarse y recuperarse. El camino de una recesión a una fuerte recuperación pasa por la deflación de los precios de los activos inflados artificialmente y la liquidación de las malas inversiones, que liberan capital para utilizarlo en sectores rentables, iniciando la recuperación.
Sin embargo, esta idea no está exenta de críticas. Los economistas keynesianos y monetaristas, que impulsan una política de QE ampliada, aumento del gasto y reducción de los tipos de interés, suelen argumentar que la liquidación podría agravar una recesión al reducir aún más la demanda y crear desempleo. Según John Maynard Keynes en su Teoría general del empleo, el interés y el dinero de 1936, "¡El remedio para el auge no es un tipo de interés más alto, sino más bajo!". Su teoría sugiere que estimular la demanda mediante tipos de interés más bajos y gasto público permitiría una corrección más gradual de las malas inversiones.
Los monetaristas, como Milton Friedman, también se oponen a la liquidación. En su Capitalismo y Libertad de 1962, Friedman afirma: "Creemos que el Sistema de la Reserva Federal... debería tener como objetivo mitigar, e idealmente prevenir, cambios severos en la cantidad total de dinero". Esta perspectiva sugiere que el mantenimiento de la estabilidad de la oferta monetaria puede evitar recesiones graves y es un mejor remedio para ellas que el proceso de liquidación, potencialmente destructivo. Sin embargo, estas medidas corren el riesgo de prolongar el proceso de ajuste y crear una mayor inestabilidad económica en el futuro.
La recesión de 1919-21, también conocida como la depresión de 1920-21, fue un periodo importante en la historia de la economía de Estados Unidos. Su importancia es mayor porque ha sido completamente ignorada por la mayor parte de la comunidad académica, ya que no encaja en la narrativa keynesiana de la rigidez de los precios, como demuestra la obra seminal de James Grant The Forgotten Depression: 1921: The Crash That Cured Itself.
La liquidación se refiere al cierre de operaciones de las empresas, la venta de activos y el uso de los ingresos para pagar las deudas. Cuando una empresa no puede hacer frente a sus obligaciones financieras o es insolvente, la liquidación resulta inevitable. Durante la recesión de 1919-21, la elevada tasa de liquidaciones de empresas contribuyó a la gravedad y duración de la recesión económica.
Grant analiza especialmente el papel de la política monetaria de la Reserva Federal. La Reserva Federal, creada en 1913, era relativamente nueva durante la recesión de 1919-21. Grant sostiene que la estricta política monetaria de la Reserva Federal de tipos de interés altos y contracción de la oferta monetaria contribuyó significativamente a la gravedad de la recesión y a la elevada tasa de liquidaciones de empresas.
La Reserva Federal subió los tipos de interés a finales de 1919 para combatir las presiones inflacionistas que se habían acumulado durante y después de la Primera Guerra Mundial. Como documentan los datos de la Reserva Federal, el tipo de descuento pasó del 4 por ciento en 1919 al 7 por ciento en 1920. Esta contracción, si bien causó inicialmente dificultades económicas, condujo a la liquidación de las malas inversiones.
Esta política condujo a una contracción del crédito, lo que hizo más caro para las empresas pedir dinero prestado. Como resultado, las empresas que estaban muy apalancadas o tenían flujos de caja débiles se vieron abocadas a la insolvencia, lo que provocó un aumento de las liquidaciones. El Índice de Precios al Consumo (IPC) cayó un 10,8% en 1921, la mayor caída en un solo año de la historia del índice. Esta deflación reflejó la liquidación generalizada de las malas inversiones, que redujo los precios del capital sobrevalorado y lo liberó para ser utilizado en empresas rentables y estables, y el ajuste de la economía a las condiciones de la posguerra. El proceso de liquidación también facilitó la reasignación de la mano de obra. El desempleo se disparó hasta el 11,7 por ciento en 1921 desde el 3,0 por ciento de 1919.
A pesar de estas duras condiciones, la economía se recuperó con notable rapidez. En 1922, el desempleo había descendido al 6,7%, y en 1923, al 2,4%. El producto interior bruto, que se había contraído un 2,4 por ciento en 1921, creció un 3,8 por ciento en 1922 y un 4,7 por ciento en 1923.
Esta increíble recuperación, señala Grant, se produjo gracias a un curioso giro del destino que impidió la intervención del gobierno estadounidense y de la joven e insegura Reserva Federal. El único papel crucial que desempeñó el gobierno federal en la recesión de 1920-21 fue permitir que se produjera la liquidación. Grant cita al Secretario del Tesoro Andrew Mellon, que abogó por un enfoque de no intervención: "Liquidar la mano de obra, liquidar las acciones, liquidar a los agricultores, liquidar los bienes inmuebles". En 1922, sólo tres años después del inicio de la recesión, la economía volvía a crecer, marcando una recuperación relativamente rápida.
El Pánico de 1819 fue la primera gran crisis económica de Estados Unidos en tiempos de paz. Como muestra Murray Rothbard en su obra de 1962 The Panic of 1819: Reactions and Policies (El pánico de 1819: reacciones y políticas), esta recesión se precipitó por un brusco desplome de los precios de las materias primas y una importante contracción de la oferta monetaria. Tras la Guerra de 1812, el Segundo Banco de Estados Unidos intentó frenar la inflación solicitando préstamos, lo que provocó una fuerte contracción del crédito. Se produjo una oleada de quiebras de empresas e instituciones financieras. A pesar de estas graves condiciones, la economía se ajustó de forma natural, sin ninguna intervención gubernamental significativa.
Un mecanismo fundamental que facilitó esta autocorrección fue la deflación. La reducción de la oferta monetaria provocó una disminución sustancial de los precios, reduciendo el coste de los bienes y provocando una reactivación de la demanda. Según Rothbard, los precios del algodón, por ejemplo, cayeron de treinta y dos centavos por libra a principios de 1819 a sólo catorce centavos a finales de año, estimulando las exportaciones de algodón y ayudando a restablecer el equilibrio en la economía.
Rothbard señala que esta contracción condujo a ejecuciones hipotecarias y quiebras generalizadas, que dieron lugar a una importante liquidación de las malas inversiones. Desgraciadamente, este proceso no se completó. Escribe: "Fue desafortunado que no se permitiera que la liquidación de los valores inflados de la tierra siguiera su beneficioso curso".
Sin embargo, la recesión fue relativamente breve y la economía empezó a recuperarse en 1821. El enfoque de laissez-faire del gobierno, como sugiere Rothbard, permitió que se produjera este proceso de liquidación y, a pesar de las dificultades iniciales, la economía empezó a recuperarse. La liquidación permitió reasignar el capital y el trabajo a usos más productivos, facilitando la recuperación económica.
Los casos de las recesiones de 1819 y 1919-21 subrayan el valor de la paciencia y de comprender la capacidad del mercado para reequilibrarse y recuperarse. El camino hacia una fuerte recuperación, como se vio en estos periodos, pasa a menudo por los dolorosos pero necesarios procesos de deflación y liquidación de las malas inversiones. Estos procesos, aunque duros a corto plazo, liberan capital para empresas más rentables, iniciando así una recuperación orgánica y autoimpulsada.
Estos episodios históricos sirven para recordar la profunda resistencia de los mercados. Subrayan la necesidad de políticas económicas que resistan la tentación de intervenir en exceso y permitan, en cambio, que la mano invisible del mercado orqueste la recuperación. A largo plazo, esta política conduce a un marco económico más sólido, resistente y sostenible, mejor preparado para capear futuras tormentas económicas.
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Fuente / Autor: Mises Institute / Vibhu Vikramaditya
https://mises.org/wire/how-markets-self-corrected-during-1819-and-1919-21-recessions
Imagen: Office for National Statistics
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