La teoría de la división del trabajo es una de las piedras angulares de la economía. Es el fundamento mismo del análisis científico de la sociedad y el mercado.
Según esta teoría, la cooperación entre cualquier número de personas es más productiva que los esfuerzos individuales de las mismas personas aisladas unas de otras. De ello se deduce que todos los individuos tienen un incentivo económico para asociarse con otros, aunque no les gusten por otras razones. Este incentivo para buscar la asociación existe incluso para los superhombres o supermujeres que son en todos los aspectos más productivos que los demás. Incluso ellos se benefician personalmente de la coordinación de sus actividades con las de sus asociados menos eficientes.
Los incentivos económicos que surgen de la división del trabajo explican el origen y la naturaleza de las sociedades humanas. Las leyes económicas básicas que aquí entran en juego son, por tanto, el punto de partida de toda la filosofía social de Mises, al igual que ha sido el punto de partida de los más grandes filósofos sociales antes que él. Lo que nos lleva a nuestro tema y a un pequeño cuestionario para nuestros lectores:
¿Quién fue el primer teórico de la división del trabajo?
¿Platón?
¿Aristóteles?
¿Santo Tomás de Aquino?
¿Juan de Mariana?
¿John Locke?
¿Adam Smith?
¿Carl Menger?
¿Ludwig von Mises?
La respuesta sorprenderá a los lectores que aún no hayan cogido un ejemplar de la República (Politeia), escrita hace más de 2.400 años. El libro pretende tratar la naturaleza y las condiciones de una república justa, así como las perversiones de la justicia en el hombre y la sociedad. Sin embargo, su discusión de estos temas normativos se construye directamente sobre una teoría positiva del origen y la naturaleza de la sociedad. Y en el centro de esta teoría, como veremos, se encuentra un sofisticado relato de la división del trabajo.
El autor es el propio gran Platón. Discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, Platón es el padrino de todos los filósofos occidentales, buenos y malos. Los libertarios lo desprecian de corazón por ser el archicampeón de los esquemas políticos totalitarios y el mentor de nada menos que nueve tiranos griegos. Sin embargo, el hecho es que fue pionero en la teoría de la división del trabajo, y es instructivo ver precisamente dónde se equivocó.
En el libro II de la República, Platón sigue un enfoque macro del análisis de la justicia. Se ocupa de la organización social porque espera ver aquí una imagen más amplia de los mismos problemas de justicia que también existen en el nivel micro de los individuos. Por eso trata, a modo de experimento mental, el surgimiento natural o espontáneo de la comunidad política o ciudad (polis). Primero trata de las "ciudades simples" y luego pasa a las "ciudades opulentas".
Platón comienza identificando la mejor satisfacción de las necesidades humanas como la causa fundamental de la asociación. Los ciudadanos conviven y se apoyan mutuamente con sus asociados y "ayudantes", como los esclavos, porque cada ciudadano cree que esto redunda en su propio interés. Pero, ¿cómo se organizan los esfuerzos productivos de los asociados? Sin más, Platón aboga por la división del trabajo y da tres razones:
existen diferencias productivas naturales entre los individuos, que hacen que uno sea mejor sastre, mientras que otro puede ser mejor agricultor, etc;
el ejercicio diario resultante de la especialización mejora la mano de obra;
muchos trabajos deben realizarse en el momento oportuno y, por tanto, requieren la disponibilidad permanente de alguna persona encargada de esta tarea.
El resultado global de la división del trabajo es, pues, aumentar la productividad física del esfuerzo humano individual, facilitar este esfuerzo y hacerlo más bello.
De este modo, Platón identifica los puntos más destacados en los que insistirán todos los grandes filósofos sociales después de él, y también nos recuerda que no debemos caer en una concepción crudamente materialista de los beneficios de la asociación. Pero hace mucho más. Señala que la división del trabajo no sólo afecta a los bienes de los consumidores, sino también a los de los productores. Se extiende a la producción de herramientas para la agricultura, la construcción y la confección de ropa, y también se refiere a la producción de materiales en la silvicultura, las forjas, la ganadería, etc. Así, la división del trabajo crece; y el número de ciudadanos también.
Además, Platón sostiene que los ciudadanos necesitan cooperar no sólo entre ellos, sino también con personas de otras ciudades. Esto se debe a las imperfecciones naturales del lugar donde se construye la ciudad. Para obtener mercancías de los extraños, hay que pagarles con mercancías que escasean en su lugar. Por eso es necesario que los ciudadanos produzcan en exceso de sus propias necesidades.
Detengámonos aquí un momento para apreciar esta idea fundamental, dirigiéndonos al filósofo griego con las palabras inmortales de nuestro mayor poeta: "¡Una palabra trascendental has dicho con calma!" (Ifigenia en Tauris, acto I, escena 3)
Platón plantea aquí una consideración crucial. No es el caso, como Aristóteles y la mayoría de los pensadores sociales occidentales hasta principios del siglo XVIII, que el intercambio sólo se refiera al "excedente" de la producción. Si sólo se tratara de un excedente no planificado, el intercambio sería un mero añadido a la producción, y no una de sus fuerzas motrices. Pero Platón ve que el intercambio es una fuerza motriz de la producción, y también ve las implicaciones adicionales de este hecho. Se da cuenta de que lo que está en juego es, en última instancia, el intercambio de bienes y servicios reales. Al igual que los economistas clásicos, penetra más allá de la superficie de los pagos monetarios y analiza las fuerzas reales subyacentes que están en juego. Para obtener mercancías del extranjero, nuestros ciudadanos necesitan ampliar su producción de ciertas mercancías nacionales más allá de sus propias necesidades de estos productos, y así nuestra ciudad crecerá aún más, porque se puede emplear a más personas en la mayor división internacional del trabajo. Además, la cooperación internacional conlleva la aparición de profesiones totalmente nuevas, como el comercio y la navegación a gran escala.
Sin embargo, más que los economistas clásicos, Platón descuida e incluso desprecia todos los aspectos monetarios del intercambio. Los mercados y el dinero son meras conveniencias para distribuir los productos de los ciudadanos. La presencia en el mercado impide a los ciudadanos dedicarse a su tarea principal. Por lo tanto, envían al mercado a sus ayudantes más prescindibles y físicamente débiles, dando a entender claramente que comprar y vender es un pasatiempo para los minusválidos.
Y, efectivamente, ni estos ayudantes ni los grandes comerciantes que operan en los mercados internacionales merecen la ciudadanía.
Al final de su análisis de la ciudad simple, Platón plantea una pregunta interesante: ¿dónde está en esta historia el gobierno, los encargados de hacer cumplir la justicia? Su respuesta: "Probablemente en el trato de estos ciudadanos entre sí. No puedo imaginar que se encuentren en otro lugar". En otras palabras, la definición y la aplicación de la justicia es aquí un asunto de iniciativa privada, como lo son todos los demás esfuerzos productivos.
Platón pasa ahora a hablar de la ciudad opulenta, que surge cuando los hombres ceden a la tentación de los placeres de la vida. Se desvían de las formas sencillas de sus antepasados para entregarse a la satisfacción de nuevas necesidades que requieren nuevos productos. Así, se sientan en cojines y mesas, comen postres, usan pomadas y fragancias, visitan a prostitutas y disfrutan de la pastelería, el teatro y los conciertos de música. Incluso sus antiguas necesidades se satisfacen ahora con la ayuda de productos más sofisticados: las paredes se pintan, los tejidos se colorean, los utensilios se hacen de oro y marfil, etc. La implicación económica es que la división del trabajo aumenta aún más. Ahora hay muchas más profesiones que antes, y la ciudad crece en habitantes.
En este punto se produce el fatídico giro en el argumento de Platón. Supone, muy ad hoc, que la ciudad alcanza ahora repentinamente los límites de su crecimiento. No puede extenderse más sin expandirse sobre el terreno de los individuos o ciudades vecinas. Y también estos vecinos, si su ciudad crece como la nuestra bajo el impulso de la opulencia, sólo podrán crecer ocupando nuestros terrenos. Evidentemente, a Platón no se le ocurrió ni siquiera considerar la posibilidad de comprar tierras, o de crear un mercado de tierras, si no existía antes. Más bien, concluyó que la tierra necesaria sólo podía ser tomada por la fuerza. Por tanto, la opulencia no era sólo la causa de la decadencia de los individuos y de la sociedad, sino que era el motor de la guerra.
De nuevo Platón señala las consecuencias económicas. Para hacer la guerra, la división del trabajo debe ampliarse aún más. Surge otra profesión: la muy numerosa de las fuerzas armadas: los "guardianes". Sin embargo, la presencia de estas personas plantea inmediatamente un rompecabezas lógico. ¿Quién vigila a los guardianes?
Después de todo, para ser excelentes en su trabajo, estas personas deben tener una mentalidad belicosa. Pero entonces, ¿cómo se puede evitar que luchen entre ellos, en lugar de contra enemigos extranjeros? Y lo que es más importante, ¿cómo se puede evitar que luchen contra los ciudadanos y se conviertan de guardianes en tiranos? La solución de Platón es seleccionar seres humanos muy especiales para este trabajo. Sugiere seleccionar personas con la mentalidad de los perros, que son blandos con su amo y su rebaño, pero duros con cualquier extraño. E insiste en que los perros tienen una "naturaleza filosófica", porque son blandos con los que conocen (su amo y su rebaño), pero agresivos con los que no conocen, una clara señal, a ojos de Platón, de que aman el conocimiento y odian la ignorancia.
De este modo, Platón prepara el terreno para su famoso plan de gobierno de los reyes filósofos. No es necesario que nos detengamos en las evidentes deficiencias de su análisis de las causas económicas de la guerra y de las deducciones que le llevan a los perros filósofos y de ahí a los reyes filósofos.
En conclusión, subrayemos más bien que Platón fue un gran analista de la división del trabajo, más pertinente en esta cuestión que Aristóteles, y en general insuperable hasta el siglo XVIII. Y que su ejemplo sirva también de advertencia de que el más mínimo error en el análisis positivo puede conllevar los más desastrosos equívocos políticos.
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El Mises Institute existe para promover la enseñanza y la investigación en la escuela austriaca de economía, y la libertad individual, la historia honesta, y la paz internacional, en la tradición de Ludwig von Mises y Murray N. Rothbard. Estos grandes pensadores desarrollaron la praxeología, una ciencia deductiva de la acción humana basada en premisas que se sabe con certeza que son verdaderas, y esto es lo que enseña y defiende. Su trabajo académico se basa en la praxeología de Mises, y en la oposición consciente a los modelos matemáticos y a las pruebas de hipótesis que han creado tanta confusión en la economía neoclásica.
Fuente / Autor: Mises Institute / Jörg Guido Hülsmann
https://mises.org/library/how-society-works-platos-contribution
Imagen: Dialektika
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