Cinco años después de una guerra comercial con China impensable en otro tiempo, la Secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, eligió cuidadosamente sus palabras el 20 de abril. En un discurso de gran alcance, cambió los términos del compromiso de EE.UU. con China, dando prioridad a las preocupaciones de seguridad nacional sobre las consideraciones económicas. Se ponía así fin a 40 años de énfasis en la economía y el comercio como anclaje de la relación bilateral más importante del mundo. La postura de Yellen sobre la seguridad fue casi de confrontación: "No cederemos en estas preocupaciones, incluso cuando obliguen a hacer concesiones a nuestros intereses económicos".
La opinión de Yellen coincide en gran medida con el estridente sentimiento antichino que se ha apoderado de Estados Unidos. El "nuevo consenso de Washington", como lo denomina Edward Luce, columnista del Financial Times, sostiene que el compromiso fue el pecado original de la relación entre Estados Unidos y China, porque dio rienda suelta a China para aprovecharse de la ingenuidad estadounidense centrada en los acuerdos. La adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001 se lleva la palma en este sentido: Estados Unidos abrió sus mercados, pero China supuestamente incumplió su promesa de parecerse más a Estados Unidos. El compromiso, según este argumento enrevesado pero ampliamente aceptado, abrió la puerta a riesgos de seguridad y abusos de los derechos humanos. Las autoridades estadounidenses están ahora decididas a cerrar esa puerta.
Y aún hay más. El Presidente Joe Biden está a punto de promulgar una orden ejecutiva que impondrá restricciones a la inversión extranjera directa (IED) de empresas estadounidenses en determinadas "tecnologías sensibles" en China, como la inteligencia artificial y la computación cuántica. EE.UU. rechaza la acusación china de que estas medidas pretenden ahogar el desarrollo chino. Al igual que las sanciones contra el gigante chino de las telecomunicaciones Huawei y las que se están estudiando contra la aplicación de redes sociales TikTok, esta también se justifica bajo el amorfo pretexto de la seguridad nacional.
El caso de EE.UU. no se basa en pruebas sólidas, sino en la presunción de intenciones nefastas vinculadas a la fusión militar-civil de doble propósito de China. Sin embargo, Estados Unidos se enfrenta a su propia fusión de seguridad, es decir, a la difusa distinción entre la escasa inversión estadounidense en innovación y las amenazas reales e imaginarias de la tecnología china.
Es significativo que el discurso de Yellen pusiera a ambas superpotencias en la misma página. En el XX Congreso Nacional del Partido Comunista, celebrado el pasado mes de octubre, el mensaje inaugural del Presidente chino Xi Jinping también hizo hincapié en la seguridad nacional. Con ambos países igualmente temerosos de la amenaza que cada uno supone para la seguridad del otro, el paso del compromiso a la confrontación es mutuo.
Yellen tiene toda la razón al plantear este cambio como una compensación. Pero sólo ha aludido a las consecuencias económicas del conflicto. Cuantificar estas consecuencias no es sencillo. Pero el público estadounidense merece saber lo que está en juego cuando sus líderes se replantean una relación económica de vital importancia. Algunos nuevos y fascinantes estudios contribuyen en gran medida a abordar esta cuestión.
Un estudio recién publicado por el Fondo Monetario Internacional (resumido en Perspectivas de la Economía Mundial de abril de 2023) hace un primer intento de identificar los costes. Los economistas del FMI ven el problema a través del prisma de la "ralentización de la balanza": la reducción de los flujos transfronterizos de bienes y capitales, reflejada en estrategias geoestratégicas de "deslocalización" (devolver la producción deslocalizada a casa) y lo que la propia Yellen ha denominado "deslocalización amiga" (trasladar la producción deslocalizada de adversarios a miembros afines de alianzas).
Estas acciones dan lugar a una fragmentación de la IED en "bloques duales". El FMI calcula que la formación de un bloque estadounidense y otro chino podría reducir la producción mundial hasta un 2% a largo plazo. Como mayor economía del mundo, Estados Unidos representará una parte significativa de la producción perdida.
La Presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, subrayó recientemente un canal diferente a través del cual una escalada del conflicto entre EE.UU. y China podría afectar negativamente a los resultados económicos. Basándose en un estudio realizado por el personal del BCE, Lagarde se centra en el aumento de los costes y de la inflación resultante de las perturbaciones de la cadena de suministro derivadas de la fragmentación de la IED provocada por el conflicto. El estudio del BCE concluye que los conflictos geoestratégicos podrían elevar la inflación hasta un 5% a corto plazo y en torno a un 1% a largo plazo. A ello seguirían efectos colaterales sobre la política monetaria y la estabilidad financiera.
En conjunto, estos cálculos basados en modelos de los costes del conflicto implican una combinación estanflacionaria de menor producción y mayor inflación, una consideración nada trivial en el frágil clima económico actual. Y coinciden con la teoría económica. Los países comercian con otros para aprovechar las ventajas comparativas. Los flujos de inversión extranjera, tanto hacia el interior como hacia el exterior, tratan de lograr beneficios similares, ofreciendo eficiencias extraterritoriales a las empresas multinacionales que se enfrentan a costes más elevados en sus mercados nacionales y atrayendo capital extranjero para apoyar la expansión de la capacidad nacional y la creación de empleo. Independientemente de sus diferentes sistemas políticos y estructuras económicas, esto es cierto tanto para Estados Unidos como para China. De ello se deduce que el conflicto reducirá estos beneficios.
Sin embargo, hay un giro importante para los EE.UU.: un déficit crónico de ahorro interno arroja las consecuencias económicas del conflicto con China bajo una luz muy diferente. En 2022, el ahorro neto de EE.UU., el ahorro ajustado a la depreciación de los hogares, las empresas y el sector público, cayó a sólo el 1,6% de la renta nacional, muy por debajo de la media a largo plazo del 5,8% de 1960 a 2020. Al carecer de ahorro y querer invertir y crecer, Estados Unidos aprovecha al máximo el "privilegio exorbitante" del dólar como moneda de reserva dominante en el mundo e importa libremente el excedente de ahorro del extranjero, registrando un enorme déficit comercial multilateral y por cuenta corriente para atraer capital extranjero.
Como tal, los intereses económicos de los Estados Unidos ahorradores están estrechamente alineados con sus enormes desequilibrios comerciales y de flujos de capital. Salvo un muy improbable resurgimiento del ahorro interno estadounidense, poner en peligro esos flujos por cualquier motivo, por ejemplo, las preocupaciones de seguridad sobre China, no carece de consecuencias económicas y financieras significativas. Los estudios citados anteriormente sugieren que estas consecuencias se traducirán en un crecimiento económico más lento, una mayor inflación y, posiblemente, un dólar más débil.
Este no es un resultado ideal para una economía estadounidense que ya se encuentra en un punto precario del ciclo económico. El compromiso con la seguridad nacional no debe tomarse a la ligera. Tampoco debe aceptarse a ciegas la tendencia de Estados Unidos a exagerar la amenaza a la seguridad.
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Stephen S. Roach, miembro de la facultad de la Universidad de Yale y ex presidente de Morgan Stanley Asia, es el autor de Unbalanced: The Codependency of America and China.
Fuente / Autor: Project Syndicate / Stephen S. Roach
Imagen: Institute of Developing Economies
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