Los economistas conductuales han popularizado el término "sesgo de recencia" para describir nuestra tendencia a dejarnos influir desproporcionadamente por los acontecimientos más recientes en comparación con los anteriores. ¿Podría este fenómeno cognitivo explicar por qué numerosos analistas tienen una inclinación más bien optimista para la economía mundial en 2024? ¿O existen tendencias realmente positivas que contrarrestan los evidentes y crecientes desafíos al crecimiento mundial?
Un reciente editorial del Financial Times reflejaba el optimismo reinante, proclamando que "tras la resistencia mostrada este año, hay muchas posibilidades de que la realidad del año próximo también sea mejor de lo esperado". Las tendencias que apoyaron la inesperada resistencia de la economía mundial en 2023 "también ofrecen muchas razones para ser optimistas de cara a 2024".
Este ánimo optimista se ha extendido a los mercados financieros. Un número creciente de comentaristas ha pronosticado que los mercados bursátiles terminarán el año por encima de los ya elevados niveles de 2023, que se vieron impulsados por un notable repunte de fin de año.
El optimismo actual contrasta con las sombrías predicciones que dominaron el periodo previo a 2023, cuando Bloomberg Economics afirmaba que había un 100% de probabilidades de que Estados Unidos cayera en recesión. También está en desacuerdo con una serie de acontecimientos económicos, financieros, geopolíticos y políticos. En particular, parece estar impulsada predominantemente por un único factor: los bancos centrales recortan agresivamente los tipos de interés en medio del aterrizaje más suave de todos los aterrizajes suaves para la economía estadounidense.
No cabe duda de que los bancos centrales ejercen una enorme influencia sobre la confianza de los mercados financieros. Desde la crisis financiera mundial de 2008, los bancos centrales han actuado como los principales responsables políticos del mundo, bajando los tipos de interés, inundando las economías de liquidez, impulsando enormes ganancias en prácticamente todas las clases de activos y facilitando un notable cambio en la distribución de la riqueza que benefició abrumadoramente a los más ricos. Pero esta tendencia se invirtió en 2022, cuando los bancos centrales, encabezados por la Reserva Federal de Estados Unidos, respondieron tardíamente al aumento de la inflación embarcándose en uno de los ciclos de subidas de tipos de interés más agresivos de la historia. Las pérdidas subsiguientes, tanto en activos de alto como de bajo riesgo, parecían preparadas para continuar en 2023, hasta que las previsiones de consenso cambiaron hacia recortes significativos de los tipos y se volvió a hablar de la "put de la Fed".
Aunque los bancos centrales han tenido un efecto significativo en la confianza del mercado, su impacto en los resultados económicos reales ha sido limitado. Sus políticas ultra devolucionarias durante la década de 2010 ayudaron a mantener a flote la economía mundial, aunque el crecimiento global siguió siendo decepcionantemente bajo, desigual y todavía alejado de la realidad climática. Se esperaba que el cambio en 2022 hacia políticas monetarias más restrictivas condujera a un aumento del desempleo y a un crecimiento lento; en cambio, la tasa de desempleo de EE.UU. terminó 2023 en un 3,7% notablemente bajo, y el crecimiento anualizado del tercer trimestre se aceleró hasta el 4,9%. Además, los economistas debaten hasta qué punto las agresivas subidas de los tipos de interés contribuyeron a reducir la inflación.
Estos acontecimientos sugieren que las políticas de los bancos centrales por sí solas -los inversores esperan actualmente que la Reserva Federal recorte los tipos de interés en torno a 1,5 puntos porcentuales- pueden no ser suficientes para generar el impulso de crecimiento necesario para resistir los vientos en contra a los que se enfrenta la economía mundial.
De hecho, sería difícil encontrar una economía de importancia sistémica preparada para un crecimiento extraordinario en 2024. Mientras China sigue cargando con un modelo económico que produce rendimientos decrecientes, las autoridades han reconocido que su tasa de crecimiento se ve limitada por las ineficiencias internas, las bolsas de deuda excesiva, el aumento de la fragmentación mundial y la militarización del comercio y la inversión por parte de Occidente. Europa, por su parte, tiene pocas probabilidades de repetir los inesperados buenos resultados del año pasado, dada especialmente la atonía del sector manufacturero mundial y el estancamiento económico de Alemania.
Una vez más, los comentaristas parecen depositar sus esperanzas en el excepcionalismo económico de Estados Unidos. Pero las cosas han evolucionado en el último año. El menor ahorro familiar de la era de la pandemia y el mayor endeudamiento actúan como vientos en contra de la economía estadounidense, notablemente ágil y resistente. Además, es probable que las recientes subidas de los tipos de interés sigan limitando las nuevas hipotecas de los hogares, a las empresas que navegan por la montaña de deuda corporativa cuyo vencimiento está previsto para 2025 y a las instituciones no bancarias altamente apalancadas que afrontan sus pérdidas.
El actual clima geopolítico tampoco favorece un crecimiento robusto. Las devastadoras secuelas del brutal ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre, en el que Israel ha destruido gran parte de Gaza y, según los informes, ha matado a más de 23.000 palestinos -en su mayoría civiles, entre ellos miles de mujeres y niños-, han puesto en entredicho las esperanzas de contener la crisis. Israel y la milicia libanesa Hezbolá, respaldada por Irán, parecen abocados a mayores hostilidades, y los ataques contra buques comerciales en el Mar Rojo por parte de los houthis yemeníes ya están perturbando el comercio mundial de un modo que renueva las presiones estanflacionarias sobre la economía global.
Más allá de Oriente Medio, las democracias occidentales y muchos países en desarrollo se enfrentan a importantes elecciones en 2024.
Dadas estas circunstancias, las posibilidades de un crecimiento mundial robusto en 2024 parecen tenues. No obstante, hay dos formas de mitigar las amenazas que plantea un entorno económico y geopolítico cada vez más frágil. En primer lugar, los responsables políticos deben poner en marcha importantes reformas de la política económica, centrándose en las reformas estructurales destinadas a cultivar los motores del crecimiento y la productividad del mañana. En segundo lugar, la comunidad internacional debe esforzarse más por poner fin a las atrocidades en Oriente Medio antes de que el conflicto se extienda aún más por la región y alimente la agitación geopolítica más allá de ella. Sin estas intervenciones, los optimistas de hoy se sentirán muy decepcionados a finales de año.
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Fuente / Autor: Project Syndicate / Mohamed A. El-Erian
Imagen: The Economic Times
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