En el 40 aniversario de su acceso al trono, la Reina Isabel II comentó que "1992 no es un año que recordaré con placer. En palabras de uno de mis corresponsales más comprensivos, ha resultado ser un annus horribilis". El ahora famoso discurso de la difunta monarca siguió a un año de acontecimientos incómodos para la Corona, como un incendio en el palacio de Windsor, el fin de los matrimonios de dos de sus hijos (con una tercera separación real que se haría pública al mes siguiente) y diversas filtraciones.
El reconocimiento admirablemente abierto y honesto de estas dificultades por parte de la reina contribuyó a consolidar otras tres décadas de enorme respeto nacional y mundial por la monarquía. Ahora que nos adentramos en un nuevo año, la Reserva Federal de Estados Unidos, que trata de superar su segundo annus horribilis consecutivo, haría bien en seguir su ejemplo. Esa es la mejor oportunidad de la Reserva Federal para recuperar la credibilidad de su política, restaurar su reputación y reducir su vulnerabilidad a interferencias políticas indebidas, todo lo cual será fundamental para su eficacia y, por tanto, para el bienestar económico en general.
En los dos últimos años, la Fed ha demostrado estar terriblemente equivocada en su evaluación de la inflación. Sus previsiones se han alejado tanto de la realidad que algunos antiguos funcionarios de la Reserva Federal las han rechazado pública y repetidamente, algo muy poco habitual. Como resultado, los responsables políticos desaprovecharon la oportunidad de actuar a tiempo para contener los aumentos de precios que desde entonces han erosionado el poder adquisitivo de todos, golpeando con mayor dureza a los segmentos más vulnerables de la sociedad.
Peor aún, incluso después de reconocer su error, en noviembre de 2021, la Reserva Federal volvió a equivocarse al no reaccionar con la suficiente rapidez. Hasta marzo de 2022 no dejó de inyectar liquidez en una economía cada vez más inflacionista; y su primera subida de tipos ese mes fue de unos tímidos 25 puntos básicos.
A los economistas y a los mercados les preocupa cada vez más que estos errores acumulados hayan sentado las bases para un nuevo error. Dado que el banco central más poderoso del mundo se ha visto obligado a realizar el ciclo de subidas más acelerado y anticipado de las últimas décadas -y en un momento en que la economía ya se está ralentizando-, crece la preocupación de que aboque a la economía estadounidense a una recesión innecesaria.
Los malos resultados de la Reserva Federal tampoco se han limitado a sus análisis y a la formulación de sus políticas. Su comunicación también ha dejado mucho que desear. En más de una ocasión a lo largo de los dos últimos años, la Reserva Federal ha hecho comentarios improvisados bastante desacertados, como cuando sugirió en julio que su tipo de interés oficial ya se encontraba en un nivel neutral. Pronto se demostró que ese comentario era totalmente ingenuo y, comprensiblemente, suscitó críticas generalizadas, entre ellas la del ex Secretario del Tesoro estadounidense Lawrence H. Summers, que lo calificó de "analíticamente indefendible" e indicativo de la persistencia del "wishful thinking".
En sus últimas proyecciones y en la última conferencia de prensa del año, la Reserva Federal hizo todo lo posible por señalar a los mercados que su tipo de interés oficial se situaría probablemente en el 5,1% a finales de 2023. Aunque 17 de los 19 funcionarios de la Reserva Federal apoyaron estas previsiones, los mercados no las tuvieron en cuenta. En su lugar, los mercados de futuros apuntan a un tipo de interés oficial del 4,4%, anticipando también que la Fed se verá obligada a recortar los tipos a lo largo del próximo año, a pesar de todo lo que ha dicho en sentido contrario.
Luego están todos los deslices éticos. En los dos últimos años, tres altos funcionarios de la Reserva Federal han dimitido tras conocerse que habían participado en prácticas cuestionables de negociación de acciones durante la pandemia, cuando las políticas de la Reserva Federal impulsaban masivamente las valoraciones. Luego, un cuarto funcionario reconoció que había violado las normas de negociación y los requisitos de información, y un quinto funcionario levantó ampollas al aceptar hablar en un evento extraoficial organizado por un gran banco.
Todos estos acontecimientos suscitan preocupaciones evidentes sobre la eficacia, el prestigio y la reputación de una institución que desempeña -y debe desempeñar- un papel absolutamente crítico tanto en la economía estadounidense como en el sistema monetario internacional. No sólo debilitan su autoridad, socavan el impacto de sus previsiones y erosionan la eficacia de su orientación futura, sino que también podrían hacerla vulnerable a interferencias externas. Ello podría amenazar aún más la autonomía operativa que la Reserva Federal necesita para cumplir su mandato.
De cara al futuro, es poco probable que la Reserva Federal haya hecho lo suficiente para compensar sus errores anteriores en materia de inflación. Aunque la inflación está disminuyendo y seguirá haciéndolo, lo hará a costa de un daño indebido a los medios de subsistencia. Y, al haber permitido que la inflación se arraigue en la estructura de la economía, sigue existiendo el riesgo, más adelante en 2023, de que se pegue a una tasa superior al objetivo del 2% de la Fed. Si eso ocurriera, la Fed tendría que elegir entre opciones políticas igualmente incómodas, todas ellas aún más dolorosas para la sociedad si EE.UU. hubiera caído en recesión.
Para hacer frente a tales desafíos, la Fed tendrá que dejar atrás los fracasos de 2021-22. Su tarea tiene ahora un componente externo crítico, además del igualmente importante interno. Por ello, esta institución vital debe tomar una página del extraordinario libro de jugadas de la difunta reina, que tiene 30 años.
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Fuente / Autor: Project Syndicate / Mohamed A. El-Erian
Imagen: Investopedia
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